Las Termas de Caracalla fueron un amplio complejo de baños de la Roma imperial. Fueron construidas en la ciudad de Roma entre 212 y 216 d.C, durante el reino del Emperador Caracalla, se inauguraron con el nombre de Termas Antoninas, pues al emperador Marco Aurelio Antonino Basiano jamás se le conoció en vida con el nombre de Caracalla. Actualmente, las extensas ruinas de estas termas son una atracción turística importante. Aunque fueron despojadas de sus esculturas y demás riquezas desde fecha temprana, se conservan aún grandes fragmentos de mosaicos, algunos de ellos correspondientes a la planta superior del edificio, que se desplomó.
Varias de las gigantescas bañeras de mármol, esculpidas en un solo bloque, se trasladaron al centro de Roma para ser usadas como fuentes. Su escultura más famosa, el grupo llamado "Toro Farnesio", se conserva en el Museo Arqueológico de Nápoles. Actualmente, los restos del complejo se encuentran entre la Viale Aventino (avenida Aventino), y la Viale delle Terme di Caracalla (avenida de las Termas de Caracalla).
Las Termas de Caracalla se convirtieron en el complejo de baños más grande y lujoso de toda Roma. El edificio fue construido en cinco años, lo que supone un logro de la ingeniería romana, considerando el tiempo que tardaron y la enormidad del complejo. Las termas contaban con un gran recinto, de más de 400 metros de anchura en los ábsides, y una estructura central en donde se encontraban las termas, propiamente hablando. A su alrededor había un amplio jardín. Para el suministro de agua, se desvió hacia los baños una rama del Aqua Marcia para abastecerlo, que recibió el nombre de Aqua Antoniniana Iovia.
En el siglo III adC, en la zona en que serían edificadas las termas, había un amplio estanque conocido como Piscina Pública. Cuando en el siglo III dC, los baños fueron terminados e inaugurados, se encargaron de reemplazar a la antigua piscina.
Las Termas de Caracalla eran un gran complejo de baños de agua caliente. El problema del abastecimiento fue fácilmente resuelto, pero calentar el agua fue un problema más complejo. La solución consistió en un horno interior y otro exterior, en el cual se encontrarían los esclavos avivando las llamas. En función de la habitación a la que estuviera destinada, las aguas se calentaban a una temperatura o a otra. Para mejorar la difusión del calor, se construyó el sistema del hipocausto, bastante práctico y eficaz.
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