dilluns, 27 d’octubre del 2008

Tiran más dos setas que dos carretas

Quim Monzó - 23/10/2008

Erase una vez un mundo razonable en el que las personas que iban al bosque a buscar setas eran cuatro. Nunca fui de esos. Nunca he buscado setas, no me interesa lo más mínimo y, por poco que pueda, pienso morirme sin haber buscado nunca. Puntualizado lo cual debo decir que no resultaba molesto, cuando andabas por la montaña, encontrarte cada tanto personas con un cesto colgado del brazo. Eran una de las muchas variedades de caminantes, una singularidad humana (como los esperantistas o los abstemios), y, como tal singularidad, dignos de todo respeto. Aunque uno no compartiese sus aficiones, el hecho de no ser muchos y de nadar contra corriente hacía que su entrega resultase sugestiva.

Pero es que ahora los seteros son multitud. Tampoco nadan contra corriente sino que se dejan llevar por las aguas del río de lo gregario. Si yo fuese un setero de los de toda la vida, me daría grima encontrarme tantos advenedizos. Tanta grima que dejaría de buscar setas y me dedicaría a - no sé...- la pesca, por ejemplo. Cualquier cosa antes que buscar setas. Sólo faltaba Caçadors de bolets para añadir más ovejas al rebaño. De los cuatro seteros de antes hemos pasado a los centenares de miles de la actualidad. Los márgenes de las carreteras están infestados de coches de seres que - solos o en familia (niños y abuela incluidos)- se lanzan al bosque como al Ikea el sábado: sin ninguna precaución.

Los bomberos de la Generalitat avisan que la cantidad de seteros que se pierden es ya alarmante. Este septiembre han recibido el doble de llamadas de auxilio que en septiembre del año pasado. Y octubre va por el mismo camino. Muchos salen sin consultar antes la predicción meteorológica. No tienen ni idea de la zona por la que caminan, van sin el calzado adecuado y, cuando ven que se han perdido en el bosque y llaman pidiendo auxilio, no saben dónde están: ¡ni siquiera el nombre del pueblo más cercano!

De momento, la morterada que cada año cuesta rescatar a esos insensatos (y a los insensatos que esquían donde está prohibido y a los insensatos que escalan sin el equipo necesario) la pagamos entre todos. Según anuncian las autoridades, en octubre del 2009 una nueva norma hará que, por fin, la factura la paguen ellos: cada uno la suya. Ya sé que, mientras tanto, los bomberos no pueden dejar de auxiliarlos, porque están al servicio del pueblo y que si patatín y que si patatán. Pero, si por mi fuese, los dejaría ahí, en el bosque, a ver cómo se las apañan. Igual consiguen llegar hasta la casita de caramelos, bombones y mazapán, y la bruja los ceba para comérselos en vez de a Hansel y Gretel. Quién sabe. Lo que es seguro es que, si sobreviven para contarlo, a la que vuelvan a la ciudad de donde nunca debieron salir se dedicarán como máximo a la cría del canario.

LA VANGUARDIA