dimecres, 29 de març del 2006

Superhijos

FRANCESC-MARC ÁLVARO - 29/03/2006


El lunes siguiente al viernes 17 de marzo, fecha prevista para el frustrado macrobotellón de Barcelona, en algunas emisoras de radio abundaron las llamadas de padres irritados e indignados por lo que consideraban malas actuaciones de los Mossos d´Esquadra sobre sus hijos. Si uno oía a estos progenitores lamentar por antena la acción policial, pensaba que vivimos en un país terrible donde los encargados de mantener el orden público son un desastre que reprimen y detienen sólo "a los que pasaban por allí y no habían hecho nada". Ese lunes se emitió con gran alegría todo tipo de acusaciones de arbitrariedad y dureza extrema contra la policía autonómica. Para todos los padres que llamaban era un misterio la relación de sus hijos con los disturbios en el Raval.

Dejando de lado el hecho de que este país no será completamente normal hasta que acepte de manera general que una policía democrática no es una ONG y que debe ser contundente contra los delincuentes (vándalos urbanos y gamberros incluidos), lo más sorprendente es cierta actitud paterna creciente, que en ningún momento considera la posibilidad de que la criatura que come, duerme y transita por casa pueda ser un personaje salvaje y destructivo en la calle. Un educador llamó anteayer al programa El món a RAC 1 para explicar, ciertamente desolado, cómo crece el número de padres que sobreprotegen a sus hijos ante los profesores que señalan actitudes problemáticas y que buscan colaboración en las familias. Se trata de padres que no escuchan, niegan las evidencias y se sienten muy ofendidos.

Ala larga, esta sobreprotección acabará pasando factura a las nuevas generaciones. Jordi Goula recogía, en un reportaje del suplemento Dinero, varias declaraciones de expertos sobre la actitud de los jóvenes en los primeros empleos. "Creen que todo es fácil - explica la gerente de una fundación dedicada a la motivación de los recursos humanos- porque desde pequeños han tenido lo que han deseado. La frustración les llega con el sueldo de entrada, que no les da para lo que habían imaginado". Aunque es indudable que la precariedad del mercado alimenta la falta de implicación, hay más razones de fondo que apuntalan el síndrome. Otro consultor habla del rechazo a valores "como la seguridad, el esfuerzo, el compromiso" y remarca que se descartan muchos trabajos porque los jóvenes "han vivido siempre con la red de los padres". Con todo, se comprende que sea un shock enorme que el primer no de tu vida lo pronuncie un policía porra en mano. Te habían premiado por romper todo lo que quisieras y ahora te castigan.

LA VANGUARDIA