Aneto, el glaciar que agoniza
El glaciar del Aneto, el más importante del sur de Europa, agoniza. Se funde como un azucarillo. Las imponentes y robustas masas de hielo que retrataron alpinistas pioneros del Centre Excursionista de Catalunya a principios del siglo XX ha dado paso a una geografía de placas heladas finas, segregadas y en descomposición. Un invierno y una primavera sin nieve y un verano caluroso en el Pirineo han hecho que este septiembre el glaciar haya alcanzado la superficie más reducida de su historia; "al menos, desde la Pequeña Edad del Hielo (1820-1830)", según explica Javier Chueca, profesor de Geografía Humana de la Universidad de Zaragoza. "Desde 1988, no he visto una erosión del glaciar del Aneto como este año", sentencia Antonio Lafón, responsable del refugio de La Renclusa (al pie del Aneto y el Maladeta, a 2.140 m. de altura), un testigo que lleva 40 años constatando los efectos del calentamiento sobre este macizo.
Cientos de montañeros que han estado este verano en las escarpadas laderas del Aneto han visto la transformación. Desde el puerto de la Picada (frente al macizo en el que conviven el Aneto y el Maladeta) la estampa es irreconocible si se compara con las fotos de principios del siglo pasado. El hielo, que cubría en verano con un gran manto el macizo, sólo se aprecia en las cornisas superiores. "A simple vista, vemos que cada año hay menos hielo", dice Manuel Mora, primer teniente de alcalde de Benasque.
El ritmo de deshielo en el Aneto no ha sido este año tan acentuado como en el 2005 y 2006, cuando se dieron veranos más calurosos; pero la reducción marcará "un nuevo récord". pues estos últimos años no ha tenido una recuperación, dice Javier Chueca.
El declive del Aneto, el más extenso de los nueve glaciares que aún siguen activos en el Pirineo español, es evidente. El balance entre la nieve que cae cada año y el hielo acumulado que permanece tras la fusión del verano y otoño arroja un saldo muy negativo.
Su regresión se añade a las pérdidas de años anteriores. El Aneto redujo su superficie un 35% en 25 años, entre 1981 y 2006, año en que hizo la última evaluación global detallada. El glaciar del Aneto ocupaba unas 247 hectáreas a mediados del siglo XIX, cuando concluyó la Pequeña Edad del Hielo; pero al comienzo de la década de 1990 se había perdido el 60% de la superficie y actualmente esa merma alcanza el 70%. Su espacio abarcaba en el 2008 unas 67 hectáreas, la superficie de unas 67 manzanas del Eixample barcelonés.
El Aneto es irreconocible incluso para los que lo recorren asiduamente. "Antes, en el hombro del Aneto, en la zona próxima a la cima, se podía hacer un descenso agradable y continuo en esquíes, mientras que hoy en día el glaciar ha bajado tanto que prácticamente ya no hay hielo. No se puede bajar", dice Chemary Carrera, guía de montaña de 34 años con 17 años de experiencia.
Antonio Lafón, que llegó al refugio con 15 años de la mano de su tío, corrobora la apreciación de los expertos. "Vamos hacia un deterioro claro del glaciar. Lo que pasa es que un año retrocede más y otros menos. En 40 años, el espesor del glaciar se ha reducido unos 30 metros, como mínimo", agrega.
La reducción del grosor del hielo ha hecho variar la geografía de estas cimas. En el paisaje ya no se ven las grandes grietas del siglo pasado, tan altas como rascacielos, que sorprendieron a los primeros visitantes. El glaciar, un río de hielo que avanza por su empuje friccionando el suelo y originando brechas en formas de U, ya no tiene aquella fuerza de rozamiento y arrastre que abría gargantas y temibles acantilados. No queda rastro de aquellas cavernas que parecían un atajo al infierno, el escenario para las épicas poses fotográficas de aventureros. "El glaciar ha bajado tanto de espesor que no hay movimiento de avance, con lo cual no se abren grietas; a lo sumo, pequeñas fisuras; o se provocan agujeros, al hundirse el suelo a causa de los huecos que se producen entre piedras en el relieve físico de abajo", dice Carrera.
El paisaje ondulante de años atrás se ha desbaratado para formar un terreno movedizo de piedras inestables y cortados abruptos que la nieve ya no puede tapar ni disimular en invierno.
Y abundan las zonas en las que el glaciar se hace más inseguro. Rebasado el Portillón Superior, en algunos tramos en la subida al Aneto el suelo se mueve bajo los pies. El hielo cruje con las pisadas; es como una cuchilla de afeitar. "Si te caes y vas con pantalón corto, te haces un lifting gratis", suele advertir el guía, que sube de media 20 veces al año al Aneto y lo conoce incluso de madrugada iluminado por la luna llena.
Por ello, la subida al Aneto está repleta de peligros nuevos, aunque se ve compensada con agradables sorpresas, como la irrupción de las marmota desde sus madrigueras, el desfile de rebecos o las tímidas perdices nivales.
"Zonas de piedras de granito, en donde hace 10 o 12 años aún había glaciar, se muestran inestables, y cuando pisas una piedra, se mueven todas las que la apoyan", dice Carrera. Es como andar sobre terreno flotante. El precario equilibrio de las piedras, a merced del viento o la erosión, sobre todo en la cabecera del glaciar o en el collado de Coronas, es terreno abonado para los desprendimientos. "Hace tres semanas, me pasó a unos 50 metros una piedra tan grande como un camión", dice Chemary Carrera, mientras se zampa un reconfortante potaje de fideos y verduras en el refugio de La Renclusa. Hay tramos que hay que pasar sin parar, lo que no siempre es fácil cuando no estás acostumbrado a caminar sobre crampones para sujetarse a la nieve.
Contemplar el Aneto desde el puerto de la Picada exige madrugar y colocarse una linterna frontal para descubrir el amanecer con una luz nueva. El trayecto obliga a iniciar un ascenso hacia este puerto (2.596 metros), una subida asequible aunque puede convertirse en un camino de sorpresas cuando se detecta el vuelo en espiral de los buitres sobre nuestras cabezas.
El Aneto también parece haber mudado su piel. El hielo desprendido de sus crestas deja al aire una roca blanca y clara, recién lavada, mientras en la parte superior tiene un color oscuro, que marcan las zonas que estaban sepultadas hace siglos y llevan tiempo descubiertas. Quienes se acerquen aquí dentro de 100 años tal vez vean estas crestas ya totalmente ennegrecidas (por la intemperie). Ahora, a medida que el glaciar se adelgaza, va descubriendo capas de hielo sucio, grisáceo, pues surgen restos de piedras y tierra, o el polvo que arrastraron las nevadas que trajeron arena del Sáhara hace decenios o centenares de años. Al irse el hielo, aparece su sustrato más negro. Es la imagen futura de este glaciar. De vez en cuando, aparece también una lata herrumbrosa. Pero ningún cadáver. El último que debía devolver la montaña, el del experimentado alpinista Joaquín López Valls, reapareció en el glaciar de Tempestades en septiembre del 2010, 45 años después de haberse despeñado.El glaciar del Aneto será, sin embargo, pronto otra tumba.