Francesc-Marc Álvaro
Aviso a los energúmenos que consideran que al maestro o al médico lo pueden tratar a patadas
A primera vista, parece una buena noticia, de la cual debemos felicitarnos. Han condenado a dos años de cárcel a una mujer por haber agredido física y verbalmente a la profesora de su hija, alumna de primero de ESO. Los hechos ocurrieron el año 2008 en un instituto de Barcelona. La procesada no ingresará en prisión porque no tiene antecedentes penales, pero deberá pagar a la profesora una indemnización de 8.840 euros, además de una multa de 120 euros, y tiene prohibido acercarse a menos de 1.000 metros de la víctima. La condena ha prosperado porque el fiscal y el juez han dado a la profesora atacada la categoría de autoridad pública, siguiendo una instrucción del año 2006 del fiscal jefe del Tribunal Superior de Justícia de Catalunya. Esta consiste en tipificar como delito de atentado a la autoridad las agresiones a los profesionales de la educación y de la sanidad, demasiado frecuentes, desgraciadamente. Hay que tener en cuenta que la reciente ley de Educación de Catalunya sólo otorga el rango de autoridad pública a los directores de los centros, no al conjunto del profesorado.
Decía que esta condena parece un avance positivo, por lo que tiene de serio aviso a los energúmenos que consideran que el maestro o el médico es una suerte de esclavo al que pueden tratar a patadas. Pero, si rascamos un poco más, deberemos admitir que la noticia que comentamos ilumina un tremendo fracaso social, de una gravedad comparable a los casos de corrupción política que estos días dominan las portadas. Recurrir al estatuto de autoridad pública para proteger a los docentes de la violencia de alumnos y padres es una herramienta necesaria - los juristas que la discuten deberían pasar unas semanas en determinadas escuelas e institutos-,pero también es la certificación de una impotencia y de un naufragio colectivo cuyos efectos sobre el correcto funcionamiento de instituciones clave de la sociedad son devastadores.
No me refiero al naufragio del mundo educativo, que remite a un debate tan recurrente que, muchas veces, ya no quiere decir nada. La gran herida se produce fuera del colegio, en los hogares, allí donde las familias producen, reproducen y legitiman unas determinadas pautas de conducta que, más pronto que tarde, colonizan el mundo exterior. La escuela tiene sus problemas, sin duda. Pero también es víctima de averías que no son de su responsabilidad, puesto que se producen por acción u omisión de los primeros agentes educativos: los padres. Estoy convencido de que es urgente escribir un libro que se titule La familia contra la escuela,que ponga ante el espejo a aquellos que pasan de todo pero, a la vez, piden cuentas - a veces de mala manera-al maestro del nene o la nena. Pegar al profe sale caro y es bueno que se sepa. Pero así no curamos la enfermedad social, sólo mitigamos uno de sus síntomas molestos.
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