dijous, 1 de juliol del 2010

Nada de ESO

Los profesores no pueden seguir callados mientras la administración les "invita" a aprobar a todos en 4.º de ESO

Si realmente nos creemos aquello de que es en la escuela donde se decide el futuro del país, deberíamos empezar por explicar cuál es la realidad del retraso educativo actual. Pero para eso se necesita que los profesores den un paso al frente. Es lo que hizo hace unos días Jordi, de Cornellà, en La nit a RAC1, bajo esa cobertura rayana en el anonimato que ofrece la radio. Profesor hoy de secundaria de la escuela pública aunque con una trayectoria de 21 años como docente de primaria y FP, Jordi nos contó que la administración "obliga" a los docentes a que en 3.º de ESO sólo haya un 10% de repetidores y que en 4.º aprueben todos los alumnos al margen de sus capacidades. "Para que cuadren las estadísticas".

–Si no apruebo el número de alumnos que me pide el director, me dirá que no encajo en el perfil requerido. Como soy funcionario no me echarán, pero me invitarán a que me vaya a dar clases a 80 kilómetros. ¿Qué voy a hacer?

Ese es el mundo real, fuera de tertulias y columnas.

La educación en España (y Catalunya no es una excepción) padece una gangrena que se ha ido extendiendo con cada reforma educativa: entender que los conocimientos en clase pueden adquirirse aunque sea a costa de ir rebajando el nivel de esfuerzo del alumno y la exigencia del maestro. Se ha puesto el listón tan bajo que ahora resulta que el fracaso ya es dramáticamente visible en primaria, donde uno de cada tres niños acaba sin saber leer. El chaval va arrastrando ese fracaso a la ESO, y de ahí al bachillerato y de ahí... Suma y sigue. La falta de disciplina y el desprecio al maestro echan el resto. Es innegable, además, que la permanencia obligatoria hasta los 16 años plantea problemas. La democratización de la enseñanza secundaria ha traído consigo, paradójicamente, una desigualdad social que aún no se sabe abordar, de modo que el problema lo tiene sobre todo la escuela pública. Así que parece que la única solución es el aprobado general. ¡Hagamos trampas! Que los pobres chavales no sean infelices, que no sepan nunca qué es un cate, y que lleguen todos a universitarios, que es lo que luce en las estadísticas... ¡Ah, y que los padres no hagan nada para dañar la autoestima del niño, por Dios, que hace mucho frío ahí fuera y la vida es dura! Y quien se atreva a dudar de la eficacia del sistema, que se prepare.

Todo empieza en el profesor. Si no entendemos esto, es que no entendemos nada. Debe resultar frustrante repetir a diario el fracaso del día anterior y, encima, tener que aguantar la incompetencia de una administración que ha confundido su papel. ¿Por qué no hay una rebelión en el claustro? Resulta ineludible empezar a introducir una serie de medidas correctoras ya desde primaria que sólo el maestro puede tomar. Si no se le da la confianza, no hay solución posible.

Lean este artículo a gritos, que es así como lo estoy escribiendo.

LA VANGUARDIA